viernes, diciembre 08, 2006

Parásitos capilares


¡Qué putada! La semana pasada comenzó a picarme muchísimo la cabeza. El caso es que mientras dormía empecé a oir un "toc-toc". Primero a lo lejos, porque soñaba que a través de unos prismáticos espiaba a mi vecina, la que siempre corre las cortinas. Nunca he visto lo que hace después, pero sólo pensar en lo excitante que debe ser como para que corra las cortinas, me hace sentir un extraño e irrefrenable deseo de espiarla. Como ni en mi sueño, la muy inmisericorde las descorría, decidí ir a abrir la puerta, que lleveba sonando "toc-toc" al menos cuarenta minutos. Era una repartidora de pizzas. Avestruz. Era una repartidora de pizzas avestruz, o un avestruz repartidor de pizzas. Nunca sé qué género utilizar con el condenado animal, mucho menos si reparte comida a domicilio... No dejaba de chillarme, abriendo sus enormes y redondos ojos ante mi estupefacta mirada. La pizza estaba fría y debía pagársela, porque así no tenía ni puñetera gana de comérsela. Y eso que la pizza la tría ella...
Me desperté entre sudores, así que me bajé de la bicicleta estática maldiciendo por haberme dormido de nuevo mientras hacía mis ejercicios y al recordar el incidente del avestruz pizzero no dudé en pedir hora con mi psicoanalista.
Al entrar en su consulta ví cómo me miraba la cabeza estupefacto. "Cielo santo, este sí que es un buen especialista", me dije. "Sólo con mirarme la cabeza se da cuenta de que mi mente es preclara y privilegiada. Sin hacer ni una pregunta..."
"Perdone que le haga una pregunta ajena a nuestro tratamiento", me dijo. "¿Cuánto hace que no se lava usted la cabeza?"
"¡¡¿Pero por quién me toma?!!" contesté. "Yo no me lavo NUNCA la cabeza, es peligrosísimo. Basta que uno sienta la más mínima sospecha de que no hace bien pensando en algo como para ponerse a frotar y frotar sin motivo real y deshacerse de un pensamiento, y no se sabe cuándo lo puede uno volver a necesitar!"
"Lo que me imaginaba. Tiene usted parásitos". Yo no creía lo que estaba oyendo. Dicen que cuando un hombre muere, ve pasar ante sus ojos una película iraní en la que un pastor y su mujer tienen que recurri a su hijo pequeño para enviarle en un carguero en busca de trabajo. El niño llega a una ciudad del norte de España y trabaja hasta los dieciocho años de ayudante de utillero en una plaza de toros, y al cumplir la mayoría de edad hereda un cuarto de bicicletas del utillero, que en su lecho de muerte, completamente borracho le deja en herencia. Allí decide poner un negocio de paellas iranís, que son iguales que las valencianas y las de castellón, pero hechas con lentejas. Y hoy en día vive cómodamente y está a punto de abrir el segundo de lo que planea será la más grande cadena de microrestaurantes de paella iraní de todo el barrio. De hecho se rumorea que más de la mitad de los cuartos de biciclta del barrio son ya propiedad suya, pero él nunca lo confirma. Amed, digo, que es quien me contó lo que le pasa a un hombre a punto de morir. Pues yo no ví la película iraní, sólo la cara de mi psicoanalista mirando sobre mi cabeza. Me acababa de diagnosticar una enfermedad terminal y ponía cara de asco el muy cruel. Será buen psicólogo, pero no tiene una puta mierda de tacto.
"Pero... ¿de qué enfermedad terminal me habla?..." Me replicó "Los parásitos se erradican fácilmente. De hecho la mejor medida preventiva es seguir unas mínimas costumbres de higiene personal".
"¡Anda!" exclamé sorprendido. "Que tengo piojos!".
"No, verá..." explicó el galeno. "Usted tiene avestruces en la cabeza. Dos, y no son crías precisamente. De hecho una de ellas lleva un libro de Quim Monzó bajo un ala."

De pronto la habitación se quedó en blanco y negro. La cámara se acercaba a mi rostro muy lentamente, mientras una luz directa enmarcaba mis ojos de espanto y una fanfarria de trombones y una sección de cuerda hacían: "CHAN-CHAN!... CHAN-CHAN!...". No era para menos, en realidad estábamos en mitad de la escena de acojone que pasaba frente a mis ojos... ¿Acaso iba a morir en ese instante? Seguramente no, porque ahora estoy vivo y escribiendo esto, pero tendré que esperar al próximo capítulo de mi blog para satisfacer su curiosidad, me muero de sueño, y ya se sabe, el sueño y el hambre son como los perros: nunca sabe uno cuán peligrosos pueden ser hasta que decide concer la historia de Inglaterra.
Mañana más. Peor, como siempre.